Érase una vez una pequeña
gallina, que escarbando en los alrededores de un granero, descubrió algunos
granos de trigo. En vez de comérselos, como hubiera sido lógico, llamó a sus
vecinos y les dijo:
Si plantamos este trigo, tendremos pan para comer, ¿quién me ayudará a
plantarlo?
Yo no – dijo la vaca.
Yo no – dijo el pato.
Yo no – dijo el cerdo.
Yo no – dijo el burro.
Bueno, entonces lo haré yo sola – contestó la gallina.
Y gracias a sus cuidados, el trigo creció y maduró.
¿Quién me puede ayudar a cosechar el trigo? – pregunto la gallina.
Estoy dado de baja por accidente – dijo el pato.
Eso queda fuera de mi clasificación – dijo el cerdo.
Perdería mi antigüedad – dijo la vaca.
Me jugaría el subsidio de paro – dijo el burro.
Bueno, pues entonces lo haré yo sola – contestó la gallina.
Por fin llegó el momento de hacer pan.
¿Quién me ayudará a cocer el pan? – preguntó la gallina.
Serían horas extraordinarias, no puedo – dijo la vaca.
Perdería la Seguridad Social – dijo el pato.
Yo no estoy cualificado, nunca fui panadero – dijo el burro.
¡Ah, pues si voy a ayudar yo sólo eso es discriminación! – dijo el cerdo.
La gallina coció cinco panes. Al verlo sus vecinos querían participar en la
comida. En realidad no es que querían, sino que exigían una parte. Entonces la
gallina dijo:
No, no, esto es producto de MI trabajo. Puedo comerme poco a poco los cinco
panes, ya que YO los hice.
¡ Beneficios excesivos ! – dijo el pato.
¡ Sanguijuela capitalista ! – dijo la vaca.
¡ Exijo igualdad de derechos ! – gritó el burro.
El cerdo se limitó a gruñir y conspirar.
Entonces los animales pintaron letreros de piquetes huelguistas con la palabra
“Injusticia” y se manifestaron por toda la granja. Llegó el Delegado de la
Autoridad y le dijo a la pequeña gallina:
No hay que ser avariciosa.
Pero yo con mi trabajo gané este pan, nadie me ayudó – argumentó la gallina.
Exactamente – señaló el Delegado – Ése es el maravilloso sistema de la libre
empresa. Cualquiera de los que andan alrededor del granero puede ganar tanto
como quiera. Pero según las normas gubernamentales, los trabajadores en activo
deben repartir su producto con los que se hallan en paro.
La gallinita no tuvo más remedio, y repartió con sus vecinos. Y cuenta la
leyenda que desde entonces todos vivieron felices. Pero los vecinos de la
gallina se preguntaban por qué ésta nunca más volvió a sembrar trigo y hacer pan
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