Rafael Pérez, de 'Slow Food': “Despreciamos la comida porque ha perdido el valor sociocultural que tenía” from DiariodeLanzarote.com on Vimeo.
Partiendo de la premisa de que el hecho de comer es “un acto agrícola”, se podría decir sin temor a errar que una peonada de entre setenta y ochenta agricultores se plantó en Casa Seño Justo (Tías) días atrás para sembrar la buena nueva del nacimiento del Convivium Slow Food de Lanzarote, y trazar un surco de esperanza en torno al futuro inmediato de la pequeña producción local de agricultura y ganadería ecológica.
Precisamente ahí, en Casa Seño Justo, “con los hombres y mujeres que producen con el sudor de su frente esos alimentos tan buenos que nos llegan a la mesa”, fue donde se escuchó a Rafael Pérez reclamar un precio justo para la comida y los alimentos. “Si queremos que se dignifique el trabajo del campesino –señala Pérez- es evidente que no estamos hablando de productos baratos”.
Según Pérez, si diéramos a la comida el valor que tiene y le restáramos a todas esas cosas –la telefonía móvil, la ropa, el coche- que están en las prioridades de cualquier familia por encima de la comida, “veríamos que no es tan caro comer”. Los datos están ahí: en Europa gastamos hoy en comida el 15% de nuestros ingresos frente al 50% que gastaban nuestros padres. “Hay que comer menos y mejor”, sentencia.
“Despreciamos la comida porque ha perdido ese valor sociocultural que tenía”, continúa Pérez. Dice que no podemos transmitir el pensamiento industrial y depredador a la naturaleza porque no funciona y destruye el Planeta. “Creo en la pequeña producción, la única sostenible, y en la distribución de los productos frescos, de temporada”, recita convencido.
Este es el credo de la filosofía de la asociación internacional Slow Food, que se dedica a proteger los alimentos de calidad y los métodos de cultivo y transformación tradicionales y sostenibles, así como a defender la biodiversidad de las variedades cultivadas y silvestres.
Cree que el único tipo de agricultura que ofrece perspectivas válidas de desarrollo es el basado en la sabiduría y los conocimientos de las comunidades locales que viven en armonía con el ecosistema que las rodea. De ahí que la educación del gusto y la defensa de la biodiversidad sean objetivos fundamentales para esta singular organización.
Identificar la calidad superior de un producto natural. Saber apreciar la diferencia de sabor entre una zanahoria ecológica y otra “sin alma; un muerto viviente que llamo yo”. Son cosas que los chicos tienen que aprender en el colegio, subraya. “La educación del gusto debe ser una asignatura en las escuelas”, afirma Pérez.
Tampoco resulta extraño que a Pérez, que durante los últimos doce años ha visitado la Isla en catorce ocasiones, le vayan las papas bonitas, la malvasía volcánica y otras verduras ecológicas de la tierra. Y disponga de información fresca y precisa de las dificultades que atraviesan nuestros pequeños productores a la hora de enfrentar la comercialización y distribución de sus productos. Es por eso que él aplaude como pocos el nacimiento del Convivium Slow Food de Lanzarote, presidido por Vanesa Farraz, “una persona que siente y cree en estas cosas”, señala.
Hablando de Lanzarote, Pérez considera que habría que potenciar y sacarle más provecho al galardón que la distingue como Reserva de Biosfera. “Aplicarlo consecuentemente”, dice. En ese sentido, sostiene que hay que fomentar la agricultura y ganadería ecológica, promover las energías alternativas y proteger el medioambiente. “Esta Isla puede dar al mundo una imagen absolutamente perfecta y ejemplar”, asegura.
“Ese es el mensaje que hay que dar hacia afuera y ahí queda mucho por hacer”, subraya. Entre otras cosas porque “las casas no crecen hasta el cielo ni los ladrillos son comestibles”, ironiza sobre el desarrollismo turístico e inmobiliario.
Considera que Lanzarote tiene que competir con el turismo de calidad ecológica porque islas, mar y hoteles hay en infinidad de sitios. “Se podría vender muy bien la imagen de esta Isla como paraíso ecológico; hay pocas”, manifiesta.
“La calidad de vida no se mide solamente en habitaciones o en hoteles de cuatro y cinco estrellas, se mide también, y fundamentalmente, en los productos que comemos”, asegura. “El suelo está abonado, ahora hay que regar”, sentencia.
Precisamente ahí, en Casa Seño Justo, “con los hombres y mujeres que producen con el sudor de su frente esos alimentos tan buenos que nos llegan a la mesa”, fue donde se escuchó a Rafael Pérez reclamar un precio justo para la comida y los alimentos. “Si queremos que se dignifique el trabajo del campesino –señala Pérez- es evidente que no estamos hablando de productos baratos”.
Según Pérez, si diéramos a la comida el valor que tiene y le restáramos a todas esas cosas –la telefonía móvil, la ropa, el coche- que están en las prioridades de cualquier familia por encima de la comida, “veríamos que no es tan caro comer”. Los datos están ahí: en Europa gastamos hoy en comida el 15% de nuestros ingresos frente al 50% que gastaban nuestros padres. “Hay que comer menos y mejor”, sentencia.
“Despreciamos la comida porque ha perdido ese valor sociocultural que tenía”, continúa Pérez. Dice que no podemos transmitir el pensamiento industrial y depredador a la naturaleza porque no funciona y destruye el Planeta. “Creo en la pequeña producción, la única sostenible, y en la distribución de los productos frescos, de temporada”, recita convencido.
Este es el credo de la filosofía de la asociación internacional Slow Food, que se dedica a proteger los alimentos de calidad y los métodos de cultivo y transformación tradicionales y sostenibles, así como a defender la biodiversidad de las variedades cultivadas y silvestres.
Cree que el único tipo de agricultura que ofrece perspectivas válidas de desarrollo es el basado en la sabiduría y los conocimientos de las comunidades locales que viven en armonía con el ecosistema que las rodea. De ahí que la educación del gusto y la defensa de la biodiversidad sean objetivos fundamentales para esta singular organización.
Identificar la calidad superior de un producto natural. Saber apreciar la diferencia de sabor entre una zanahoria ecológica y otra “sin alma; un muerto viviente que llamo yo”. Son cosas que los chicos tienen que aprender en el colegio, subraya. “La educación del gusto debe ser una asignatura en las escuelas”, afirma Pérez.
Tampoco resulta extraño que a Pérez, que durante los últimos doce años ha visitado la Isla en catorce ocasiones, le vayan las papas bonitas, la malvasía volcánica y otras verduras ecológicas de la tierra. Y disponga de información fresca y precisa de las dificultades que atraviesan nuestros pequeños productores a la hora de enfrentar la comercialización y distribución de sus productos. Es por eso que él aplaude como pocos el nacimiento del Convivium Slow Food de Lanzarote, presidido por Vanesa Farraz, “una persona que siente y cree en estas cosas”, señala.
Hablando de Lanzarote, Pérez considera que habría que potenciar y sacarle más provecho al galardón que la distingue como Reserva de Biosfera. “Aplicarlo consecuentemente”, dice. En ese sentido, sostiene que hay que fomentar la agricultura y ganadería ecológica, promover las energías alternativas y proteger el medioambiente. “Esta Isla puede dar al mundo una imagen absolutamente perfecta y ejemplar”, asegura.
“Ese es el mensaje que hay que dar hacia afuera y ahí queda mucho por hacer”, subraya. Entre otras cosas porque “las casas no crecen hasta el cielo ni los ladrillos son comestibles”, ironiza sobre el desarrollismo turístico e inmobiliario.
Considera que Lanzarote tiene que competir con el turismo de calidad ecológica porque islas, mar y hoteles hay en infinidad de sitios. “Se podría vender muy bien la imagen de esta Isla como paraíso ecológico; hay pocas”, manifiesta.
“La calidad de vida no se mide solamente en habitaciones o en hoteles de cuatro y cinco estrellas, se mide también, y fundamentalmente, en los productos que comemos”, asegura. “El suelo está abonado, ahora hay que regar”, sentencia.
Video
http://vimeo.com/9647940